La edad a la que es diagnosticado un obeso es de gran importancia, por un lado, siendo la obesidad un enfermedad crónica, para poder instaurar medidas que ayuden al paciente a manejar su patología tratando de reducir los riesgos que dicha condición posee, y por otro lado, porque el comienzo precoz de la obesidad, es decir, durante la infancia, es un factor de mal pronóstico.
La prevalencia de la obesidad ha aumentado también en los niños y adolescentes, con tendencia a perdurar a lo largo de la vida en un elevado porcentaje de los casos, resaltando la importancia de la prevención como medida terapéutica más eficaz. El ritmo de vida de muchos niños y los estilos educativos de algunos padres favorecen la adquisición de hábitos anómalos de alimentación desde las primeras edades de la vida. Otro problema que se presenta es la dificultad del diagnóstico en edades tempranas. Aun no hay consenso internacional sobre parámetros para diagnosticar la obesidad infantil.
La obesidad se asocia desde la
niñez con otras comorbilidades, de forma que el incremento de la obesidad en
niños y adolescentes, al igual que la obesidad en adultos, ha sido ligado con
numerosas enfermedades crónicas.
El curso clínico de la obesidad
suele ser de tipo crónico, con tendencia a la ganancia continuada de peso
cuando el individuo no se trata y a la recaída después de periodos de
tratamiento. La obesidad crónica es un factor de riesgo altamente significativo
para sufrir enfermedades y para que surjan complicaciones de tipo emocional,
derivados del rechazo social que sufre el paciente y los sentimientos de inferioridad e incluso de invalidez que experimenta el individuo de su propia
imagen corporal.
La obesidad aumenta la vulnerabilidad
para sufrir enfermedades coronarias, angina de pecho, arritmias ventriculares,
hipertensión, diabetes, problemas biliares, apnea del sueño, diabetes mellitus,
trombosis renales, osteoartritis y algunos tipos de cáncer sensibles a las
hormonas sexuales. Representa también un riesgo de anorexia y bulimia
nerviosa- La obesidad por lo tanto aumenta la morbilidad y la mortalidad de la
población.
El sentimiento de rechazo y
discriminación social que suele interiorizarse ya durante la infancia puede
perdurar toda la vida. El paciente nota como la sociedad lo designa como
diferente y por tanto apartado de los considerados “normales”. La obesidad se
convierte en el centro de las preocupaciones del obeso y en el punto de
referencia de su sistema de valores, de tal forma que otras cualidades pasan a
un segundo plano. Este tipo de distorsión es más frecuente en las obesidades
que se inician en la infancia, en las que el niño, y después el joven, no ha
contado con el apoyo personal, la aceptación y la ayuda de padres y amigos y sí
con las burlas y el desprecio de quienes los rodean.
Diversos estudios que han evaluado la morbilidad y la mortalidad a largo plazo
en relación con el peso durante la infancia y la adolescencia, han
mostrado que la obesidad infantojuvenil se asocia a un exceso de mortalidad en
la edad adulta.
Incluso se han determinado
periodos de vida vulnerables para el desarrollo de la obesidad. El periodo
prenatal es uno de los tres momentos junto con el periodo de rebote adiposo y
la adolescencia. La exposición al hambre durante el embarazo o en edades
tempranas y en niños con madres diabéticas influye en el desarrollo de obesidad
posterior.
El segundo periodo de aparición
de obesidad se sitúa entre los 5 y los 7 años, llamado rebote adiposo. Un rebote
a edad temprana, menor a los 5 años, aumenta significativamente el riesgo posterior de
padecer obesidad.
Y finalmente la pubertad, la
cual es una edad proclive al inicio de la obesidad, en especial en el sexo
femenino.
En conclusión, no es
recomendable subestimar la importancia de la obesidad en cualquier etapa de la
vida, pero menos aun en nuestros niños y adolescentes. Cuanto antes se tomen
medidas para modificar las condiciones y conductas que están ocasionando dicha condición,
mayor probabilidades de éxito tendremos.
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